Nació el 23 de mayo de 1980.

La noche del 13 de febrero del 2011, en una final no apta para cardiacos La Cruz venció a Norteamérica y se clasificó campeón de verano. El básquetbol iquiqueño hacía justicia a este club de barrio que derrotaba a uno de los grandes de Iquique. El mejor jugador del torneo, defendió a La Cruz. Este es nuestro tributo a Rodrigo Muñoz.

Está metido en el Adn más profundo de La Cruz.
Convive su nombre con los clásicos de todos los tiempos:
Ledesma, Olguín, Silva, Zagals, Mery…
Se puso la amarilla con negra y de inmediato hubo comunión.
La talla de la historia, era su talla.
(No hay balón perdido, ¡vamos crucianos!)
Se echó el equipo en la espalda y nos llevó al cielo.
Descifró sin que nadie le explicara el catecismo de la plaza Arica.
(Nuestro mejor capital es la garra. ¡Vamos crucianos!
Leyó sin intérpretes nuestra historia llena de frustraciones y de constancia.
(Perdimos sede social y cancha, pero aquí estamos: «porque buen cruciano soy»).
Nos cayó en gracia por su actitud cruciana.
Ese día de febrero del 2011, no se nos olvidará nunca.
Una semana con final feliz, con ese alegría que nos da para vivir cien años más.
Los fantasmas del fracaso, esa vez no pudieron con la magia de Rodrigo Muñoz.
Le debemos tanto.
Pero él no sabe, ni sabrá, cuan metido está en nuestros corazones.
Ni puede saberlo.
Cuando flamea la amarilla con negro, su nombre también lo hace.
En las noches crucianas, -esas largas- sobre todo aquella, que va del 9 al 10 de septiembre, su nombre se corea.
(«Amarillo es nuestro lema, amarillo es nuestro corazón»).
Se repiten sus hazañas y nuestros colores vuelven a brillar como siempre.
Cada vez que narramos esa final, su fama se acrecienta.
La piel se me eriza cada vez que esa noche nos asalta.