Por Bernardo Guerrero
Los barrios iquiqueños produjeron verdaderas instituciones sociales. Una de ellas, desde el inicio del siglo XX acompañaron a la modernidad que arribó al puerto, a bordo de los clippers.  Me refiero al deporte, y sobre todo al fútbol, básquetbol, box y al criquet, entre tantos otros.  Anidaron, producto de la mezcla entre las doce nacionalidades y los nativos, en los barrios que empezaban  a desplegar su sociabilidad a lo largo y ancho del plano urbano. El Estado, por su parte, fiel a su vocación chilenizante instaló escuelas casi sobre los mismo lugares que la gente común y corriente creó  sus clubes deportivos. A ello le sumó espacios abiertos donde fundó plazas u otros sitios para el desarrollo de la vida pública: la fiesta y la pichanga.

En el barrio de El Colorado,  dueño de una tradición y mística que el mismo Jorge Luis Borges hubiera querido conocer y escribir, fundó un 9 de septiembre el Club Deportivo La Cruz. El cerro del mismo nombre fue la inspiración para que un grupo de vecinos, bautizaran a esta institución y la vistieran de amarillo y de negro. Era el año 1923.  Fue un día domingo. Son los colores del Peñarol de Montevideo que bajo la férula del ferrocarril inglés dio sus primeros pasos, para posteriormente autonomizarse. Hay una relación estrecha entre esos colores que también lo tiene el Fernández Vial con el mundo de los rieles, el carbón, el vapor,  los durmientes y las locomotoras.

Allá por los años 50 del siglo pasado, los crucianos son expulsados de su lugar de nacimiento, debiéndose trasladar a la que sería su casa definitiva, aunque no tenga sede social: la Plaza Arica. El éxodo al barrio  prometido, fue guiada por el Moisés de barba cerrada, cejas y  manos gruesas, porfiado como siempre y generoso como nunca.  Hablo de Manuel Silva, quien ha debido llevar su propia cruz. La activa vida comunitaria y barrial de los plazariqueños permitió la construcción de su sede social, la que será demolida por la Municipalidad en los años 80.  Esta injusticia aún no es reparada. A ello hay que sumarle, la pérdida de la cancha.
La ética comunitaria y amateur de una práctica deportiva que hizo realidad indesmentible el eslogan “Tierra de Campeones”, se ha ido perdiendo con el paso de esta nueva modernidad individualista. El ocaso de la vida barrial, sobre todo en aquellos barrios históricos, ha provocado, entre tantas otras cosas, la pérdida de sentido y la aparición de conductas como la drogadicción.  La recuperación de estos espacios de sociabilidad es una alegato consensuado de la iquiqueñez. La desidia por parte de las autoridades, es un lugar común. De otro modo no se entiende como no se ha reparado en la injusticia que se le ha provocado a La Cruz, al quitarsele su infraestructura. Todo ello es más resonante aún, si constatamos la buena salud que esta institución goza. Baste ver el trabajo que se hace con los jóvenes para que así quede claro. En este nuevo aniversario lo crucianos, solicitaremos a las autoridades cambiar la fecha de nacimiento del viejo Manuel. Ya no será el 10 de febrero de 1937. Debe ser el 9 de septiembre de 1923. “Adelante muchachos de La Cruz…”.