Por Bernardo Guerrero
Algo tienen las instituciones deportivas populares que insisten en seguir viviendo, tomando en cuenta que a su alrededor todo ese entramado que hacía posible la idea del vivir juntos, no exista o bien parecen estar en una especie de unidades de cuidados intensivos. El caso del Club Deportivo La Cruz parece ser una de esas organizaciones obstinadas que se niegan a cerrar sus puertas.

Nacida el 9 de septiembre de 1923 en el barrio El Colorado, La Cruz se trasladó al barrio Plaza Arica. Allí los vecinos la recibieron con esa hospitalidad que se traducía en  mantener las casas con las puertas abiertas de par en par. En ese éxodo del barrio que la vio nacer, Manuel Silva habría de jugar un rol histórico. Cargó las decenas de copas, banderines y fotos y se las llevó a la ex-plaza Gibraltar.

La Plaza Arica fue siempre un lugar de encuentro. El quiosco de la plaza fue el escenario predilecto que tuvo Marino Castro para rememorar ese pelea que tuvo en los años 20 con el Tani. Nadie nunca preguntó quien ganó. Pero, en el disco duro del arrabal esa información estaba celosamente guardada.

El arraigo en el barrio, no costó nada o casi nada. El barrio necesitaba una institución en donde llenar ese tiempo que sobraba después de las clases en la Centenario. La cancha siempre disponible y luego administrada por los crucianos se convirtió en el escenario de entrenamientos, de trenzas, bandejas, estrellas y todo aquello que el básquetbol permite. El juego de la veintiuna y  del reloj terminaban por cerrar el día. La lucha por la iluminación de la cancha, por la alegría de tener una sede social, la tristeza por su demolición y la promesa incumplida de su restauración han marco fuertemente el carácter de los crucianos.  Todo ello era como para echarse a morir.

Pero ya lo dijimos. La economía moral del barrio posee esos bienes que no se transan en el mercado. El capital humano (el mejor instrumento para el desarrollo) se movilizó para que la pesadilla de la desaparición no se hiciera realidad. Algo de eso le ocurrió a nuestros eternos amigos y rivales orientales.

La Cruz en sus 81 años, goza de una envidiable salud. Como diría Raúl Duarte, el “semillero” sigue las huellas de los viejos que ya no están. Desde Juan Rondón, hasta Marcelino “Burro” Herrera, pasando por Oscar Ahumada y el “Indio” Ledesma, Doratriz Gárate y Mafalda Schenoni y un sin fin de nombres y apellidos, de hombres y mujeres, dan cuenta de un club, de colores negros y amarillos que sabe que su vocación es entregar una formación tan responsable en lo ético como aquella que entrega la educación formal.

Los crucianos estamos de fiesta. Y lo celebraremos del modo que se nos antoje y como siempre lo hemos hecho: rindiéndole tributo a nuestros viejos queridos como Guillermo Michea, el “flaco” Véliz, René Saavedra, Manuel Silva y aquellos que ya no están como Santiago White, Marcelino Herrera, Jorge Gárate, Enrique Silva,  Freddy Rivera,  y tantos otros que dejaron en las canchas de Iquique y de Chile esa pasión que  viste de amarillo con negro. Y es la ocasión también para tributar por un hombre que en estos años se ha echado la historia sobre sus espaldas. Edgardo Barría que ha sabido al igual que Juan Rondón, proyectar nuestros colores en este nuevo siglo.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 12 de septiembre de 2004