Por Bernardo Guerrero
La importancia que tuvo el deporte en Iquique, sobre todo en los primeros cincuenta años del siglo que  ya pasó, expresado en esa señal potente de identidad “Tierra de Campeones”, no se puede explicar sin un concepto mayor: el deportivismo.

Con esa palabra, los cronistas deportivos del diario “El Tarapacá” entre tantos otros, designaban más que una práctica en si, una forma de vida. De allí que llamemos crucianismo a aquellos que fuimos criados bajo esa ideología en el barrio Plaza Arica cuyo foco fue el club deportivo “La Cruz” que el 9 de septiembre cumplió 83 años de vida. Vale esto por supuestos para los morrinos, los estrellanos, los cavanchinos y a todos esos cientos de clubes que diseminados por el plano urbano supieron conjugar esa palabra.

Se le conoce además como amor a la camiseta, garra, pasión, cualidades todas que echamos tanto de menos. Entonces el orgullo, el honor era la clave. Se jugaba por ese sentimiento tan de capa caída en la actualidad. Es que e   ¡l neoliberalismo no había anclado aún.

Pero volvamos a la institución que fuera fundada una tarde en el barrio de El Colorado, un 9 de septiembre. Ferroviarios y matarifes, mayormente se conjugaron para crear esa institución. El amarillo con el negro, colores típicamente ferroviarios, fueron usados para sus uniformes. Años antes, el Peñarol de Montevideo formado en una sección del ferrocarril había usado esos colores.

La historia de La Cruz es una historia de despojos. Las derrotas en las cancha duelen, pero se olvidan con los triunfos. No así el despojo de su sede social y de su cancha. Esta es una deuda que la Municipalidad deberá cancelar con esta institución de barrio, y con un nombre bien ganado en el corazón deportivo de Iquique.

Los crucianos nos juntamos oficialmente una vez al año. De modo no oficial casi todos los días. Las claves basquetbolísticas de la Plaza Arica pasa por este club de Santiago White y de Manuel Silva, de Edgardo Barría y René Saavedra, del viejo Schenoni y del viejo Michea, del flaco  Véliz, de la Mafalda Schenoni, de la Dora Gárate,  y de tantos otros. Recordar por ejemplo, que un cruciano fue nombrado como el mejor basquetbolista de la historia de Valparaíso, Manuel Ledesma.
Pero siempre hay un futuro no siempre optimista. Pero ahí está. Cada año en que nos reunimos sentimos que tenemos una deuda con aquellos que nos formaron en el deportivismo y en el crucianismo. Las tardes de la construcción de la sede social, las noches de la Casa del Deportista frente al eterno rival oriental. Esa barra apostada detrás del tablero sur mirando las figuras del Tani y de Arturo Godoy. No volverán, como las oscuras golondrinas del poeta español. Pero aún queda ese romanticismo, esa nostalgia y esas ganas de tener mucho, pero mucho dinero, para comprar una sede social, para tener una cancha, y de paso inyectar el crucianismo, o mejor dicho el manuelsilvismo, a las nuevas generaciones.