Dora Gárate Figueroa
1927- 2010

Tal como llegaban antiguamente esos telegramas urgentes, con malas noticias, la semana pasada, un escueto correo electrónico, me decía “se murió la mamá de Chanchote”. La madre de Freddy Rivera Gárate, doña Doratriz Gárate Figueroa, cerró sus maletas y se marchó en busca de su hijo. No pude ir a verla como me hubiera gustado. Sirvan estas notas como testimonio de mi cariño hacia ella.

Ya los sabemos los Gárate son uno de los  pilares, en cuanto familia, de la identidad, en este caso del barrio Matadero y de la Plaza Arica. Familia de basquetbolistas (jugaron todos por La Cruz) y de futbolistas y boxeadores (todos del Unión Matadero), esparcieron sus talentos por toda la geografía local, nacional, y en el caso de Mario Gárate por el mundo. Doña Dora, así le decíamos, en su juventud había jugado por La Cruz, y en esa condición integró varias veces la selección local. La revista Estadio, publica una foto de un gira a María Elena. Ahí, luce bella “la papelillo”, así le decían en el barrio. “Es que era revoltosa y no dejaba a nadie tranquilo” me dijo una tarde de diciembre, en su casa de Sotomayor, al lado, el “Mito” Riera, su esposo, asentía. Otras veces, en La Tirana, en su casa amplia y generosa, como su sonrisa, una vaso de agua nos servía para hablar de esto y de aquello.

Cuando los barrios populares se asentaban sobre el prestigio de las familias, apellidarse Gárate, en el caso del Matadero, era ya una privilegio. Una dinastía que se esparció a través de las veredas de maderas, y de las calles sin asfaltos, en coches Victoria o bien a pie. Peregrinar por las canchas de este a oeste, era el modo que había para recrear cada tarde, la consigna del tierra de campeones.
Las mujeres, como doña Dora, jugaron también su papel. Agrupadas en las ramas femeninas de los clubes de la época, se dieron mañas para hacer crecer la fama campeonística de la ciudad. Cuando los viejos crucianos relatan las épicas femeninas, la figura de doña Dora, es inevitable. “Era buena” decía el viejo Manuel y “hermosa” complementaba otro.

La muerte suele ser mala compañera de la memoria. Por lo mismo hay que acudir siempre a los álbumes de fotos y a todo aquellos que signifique ganarle metros al olvido. La última vez que la vi estuvimos acompañando a Mario, su hermano, en la sede del Matadero, allí nos entretuvimos. Era una vieja hermosa, de sonrisa linda, pero de ojos tristes. Es que la pena grande que cargaba era de marca mayor. El puente que nos unía tenía el nombre de su hijo, aquel que intentaba, sin éxito, enseñarme a patear penales, en la difunta cancha de la San Carlos. Freddy, “Chanchote”, su hijo, con su inesperada partida, le dejó los ojos nublados con un dolor que nunca más la dejó.
Las franjas negras de La Cruz, hoy están mas negras que nunca.

Publicado en La Estrella de Iquique el 24 de octubre de 2010. Pagina A-9