Por Bernardo Guerrero

Mientras haya espacio en La Estrella de Iquique, y siempre y cuando el columnista tenga salud y buena memoria, cada 9 de septiembre escribiremos, una crónica sobre el Club Deportivo La Cruz. Una especie de acto de fe y de agradecimiento por esas instituciones deportivas que  tanto ayudan a la sociedad. Por cada barrio del viejo Iquique, por lo menos había una de ellas. En los más generosos, hasta tres.
Cultivar el jardín de la memoria, es tarea ineludible de cara al bicentenario. Y más aún si se trata de la memoria popular y deportiva.  A ello hay que agregar que este 9 de septiembre se cumplen 85 años de su creación. En el barrio El Colorado, vecinos fundaron esta institución. Lo distintivo de sus divisas, el amarillo y el negro, se inspiran en los colores que los ferroviarios usan en sus señales, a lo largo de la vía férrea.  Es el caso de Peñarol de Montevideo y de Fernández Vial, entre otros.
La historia de este club de barrio, que sin el apoyo del estado, ha sabido sobrevivir, gracias a las energías morales de sus miembros, se basa en el desarrollo de amplias redes sociales de solidaridad y de sociabilidad. El club deportivo es una estructura que da apoyo y calor de hogar.
No corren buenos tiempos para estas instituciones deportivas. Los jóvenes canalizan el ocio por otros lados, y los barrios se van despoblando. La Plaza Arica, el barrio que cobijó a La Cruz luego de su exilio, no es una excepción. Pero se ha mantenido. Hoy tenemos una escuela de básquetbol que pronto exhibirá sus frutos. El apoyo de viejos crucianos como Manuel Ayala Maldonado y José Luis Araya nos permite financiar esta actividad.  Decirle gracias es poco.
La memoria larga de Eduardo Olguín Ríos, contador del Ferrocarril del Estado, me permitió durante la tarde de un sábado en su casa, reconstruir la historia de La Cruz en los tiempo de Santiago White. De esa cancha de la calle Arturo Fernández, cuando este club se movía entre el Matadero, Plaza Arica y El Colorado: de allí reclutaba a sus miembros. Un viejo ágil y generoso, que me abrió de par en par sus recuerdos, para contarnos como era ese Iquique de barrios y de clubes. Eduardo Olguín y Manuel Silva representan estos dos períodos de este club que lucha ya no contra Chung Hwa (honorables rivales orientales) sino contra uno mayor, poderoso y bien dotado quinteto: el olvido. Pero para eso estamos preparados. Los jóvenes, niños y niñas que cada tarde aprenden en el mismo asfalto donde jugaron Marcelino Herrera, Walter Milicay y los gemelos Ricardo y Sergio Moreno Merubia, serán los encargados de derribar los molinos de viento.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 7 de septiembre de 2008