Por Bernardo Guerrero
Fue en un día como el de hoy, pero de hace 84 años atrás. En el viejo barrio de El Colorado, se juntaron, pudo haber sido en la calle o en el humilde living de una casa, no más de una decena de hombres. Seguramente venía saliendo de su trabajo. Pescadores, ferroviarios, comerciantes minoristas, dueñas de casa, y en un acto fundacional, como los muchos que en la hay en la vida de la gente, decidieron crear un club deportivo.

Ponerle el  nombre a la criatura no debió haber costado mucho. Dominaba el barrio junto a la torre de la iglesia San Gerardo, una inmensa cruz que ya no existe sobre el cerro del mismo nombre. Lo demás vino por añadidura: Club Deportivo La Cruz.

El símbolo cristiano ya no existe (Me lo dijo una señora, coloraina obviamente,  que en los años 70 la sacaron). Y el cerro ha sido tapado por el crecimiento urbano no planificado de la ciudad. Pero, el
deportivo sigue existiendo  a pesar de los esfuerzos que muchos  hacen para enterrar a este invento de la sociedad civil.

Seamos claros, los clubes deportivos se inventan en las calles, poco o nada reciben del Estado, pero subsidian a éste. Son las únicas organizaciones que se hacen cargo de la sociabilidad, la cohesión y la identidad de la gente. Allí se enseña lo que la escuela no puede. Y es que los profesores del barrio saben más de identidad y de épica. Ellos tienen otra escuela. Además, el barrio, la escuela y el club, constituyen un espacio educativo. Eso se ha olvidado.

La Cruz aloja en la Plaza Arica. Allí se fue con sus trofeos y sus copas y por largo años administró la cancha y construyó la sede social. Ahora no tiene nada. Nadie nos ha devuelto lo que era nuestro. Nadie se ha hecho cargo de reparar  esas largas tardes de sábado en la que el barrio, en forma voluntaria, construyó su casa.  El barrio movilizado en pos de un espacio para debatir, juntarse, alegar e imaginar el partido contra el rival de toda la vida.

Este año, y prueba de que seguimos en la senda de Santiago White y de Manuel Silva, hemos inaugurado una escuela de básquetbol. Llegan los futuros crucianos, aquellos que no saben esta historia que tratamos de no olvidar.  Muchos  se nos han ido. Marcelo Herrera y Orlando Véliz, «el burro» y «el galleta», «Chanchote» Rivera y el «pelao» Ahumando, entre tantos otros, se habitan  los camarines del silencio.

Es cierto el barrio ya no es el mismo. Pero puede de nuevo ser nuestro. Y para reconquistarlo hay que hacer correr el balón e ilusionar a las nuevas generaciones.

Otros se han olvidado de esos colores  que modelaron buena parte de su personalidad. Mucho de lo que somos se escribió sobre el asfalto y el césped de la Plaza Arica.  A ellos va esta crónica, para que devuelvan los que recibieron en ese barrio inmenso, el nuestro, lo que los otros le entregaron. Y una forma de retribuir, es pagando las cuotas. Es lo más fácil. Por lo pronto, vamos a paso firme rumbo a los 90 años.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 9 de septiembre de 2007. A- 11